Leyendas cortas para niños

Actualizado 29 agosto, 2018

El ser humano vive y pervive en la narratividad de su mundo. Sin darnos cuenta, más allá de lo que entendamos por realidad, mitos, leyendas y fábulas hacen nuestro quehacer diario. A continuación te presentamos leyendas cortas e instructivas para niños.

Qué es una Leyenda, mito y fábula

Leyenda: Es una suerte de relato que se transmite de generación en generación, en un ambiente en donde el emisor y el receptor abrevan posiblemente en la misma historia. Naturalmente una leyenda puede hablar de hechos remotos (a veces no) y puede comportar contenido de naturaleza fantástica, aunque también suelen ser muy verosímiles. Hechos tradicionales, históricos y no históricos o imaginarios son los que se transportan de boca en boca (suelen ser elementos de culturas orales).

Mito: Relatos de diversa extensión que cuenta la génesis de cosas tanto en su ser como en su funcionalidad. Lo primero puede referir al cielo, al mar, a la tierra o a los mismísimos dioses; lo segundo puede estar ligada a una actividad, que en tiempos primordiales se hizo de una forma y así se debe seguir realizando, para que posea determina efectividad. Por lo general tratan de tópicos remotos, en tiempos sagrados que no podríamos denominar lejanos porque son de otra dimensión, aunque es un error pensar que los mitos dada a tal naturaleza no tienen una injerencia importante luego, en el devenir de cualquier civilización.

Fábula: Las fábulas son sumamente singulares, porque son relatos breves, en forma de prosa o verso, que tienen un fin didáctico. Por lo general están protagonizadas por animales (no siempre) y la enseñanza puede darse al principio, al final como una suerte de corolario de moraleja o en el mismo desarrollo de la fábula. Esopo posiblemente sea el mayor exponente histórico de esta suerte de narrativa.

Leyendas y leyendas cortas para niños

¿Por qué los osos polares tienen cola corta?

Un frío de invierno un oso polar deambulaba de aquí para allá buscando comida, cuando de repente pasó por delante de él una zorra que llevaba varios peces en la bolsa. El oso estaba muerto de hambre, levantó la voz y preguntó:

«Hola, amiga. Veo que hoy has tenido suerte y vas a comer como una reina ¿Dónde obtuviste semejante botín?»

La zorra se paró y sin preocupación contestó: «Sencillo, amigo, fui a pescar».  «Pero si el lago está congelado», replicó el oso.

La zorra, que era muy sabiohonda, se lo explicó de manera sencilla: «Amigo, ¿no te das cuenta? El lago está congelado en la superficie, pero en el fondo no. Haz un agujero con tus garras y después prueba con meter la cola bajo el agua. En seguida los peces se acercarán y van a querer morderla. Cuando te des cuenta que han picado bastantes, te levantas y listo ¡Comida rica y fresca».

«Pues parece muy fácil», dijo el oso.

«Lo es, pero te advierto que el agua está muy fría. Tienes que aguantar lo más que puedas, porque mientras más peces se queden en tu cola, mayor será tu recompensa. Aunque no te pases; como máximo unos cinco minutos».

«Muchas gracias por la ayuda y tus buenos consejos», gritó el oso. «De nada, amigo», profirió la zorra.

La zorra continuó su camino y el oso apretó el paso para llegar al agua. Había mucho hielo, pero animado por la idea de la zorra con las garras hizo un agujero y se sentó.

«Brrr, ¡qué fría está!», dijo el oso.

El oso soportó el frío, pese que se apoderaba de su cuerpo y al rato empezó a sentir algunos mordiscos, quizás de unos diez o quince peces.

«Parece que funciona, pero tengo mucha hambre. Necesito por lo menos tres docenas; aguantaré un poco más», se anunció a su conciencia el oso.

Aguanto bastantes minutos más, pero como ya estaba gélido se levantó de golpe y dio un tirón. Lamentablemente la cola también se le había congelado y, por ende, se le partió desde la raíz.

Por ser muy ambicioso ese día el oso se quedó sin comer y sin su cola. Curiosamente, desde aquel entonces sus congéneres nacieron con la cola corta y muy pequeña.

La leyenda del tambor

Cuenta una leyenda del África que, hace cientos de años, los monos se paseaban por la selva y en una noche despejada pasaban horas, estupefactos, admirando la belleza de la luna. Decían que si era tan bonita a la distancia, ¡cuán hermosa sería de cerca! Por lo tanto un día decidieron viajar hasta el astro. Como los monos no tenían alas decidieron formar una torre entre ellos, poniendo a los más portentosos de cuerpo abajo y los más flacos arribas, escalando poco a poco. Sin embargo, lo que parecía una torre fuerte se desplomó. De todos modos, el que estaba más arriba, pese al derrumbe, logró permanecer colgado al cuerno de la luna.

La luna se conmovió con el pequeño monito que hacía de todo para no caerse. Lo ayudó a subirse, le agradeció su compañía y le regaló un tambor. El animal estaba muy feliz porque este instrumento aún no existía en la tierra. ¡La luna quería que el mono fuera un buen músico! El momento terminó y el pequeño tenía que regresar. En medio, la luna le hizo una advertencia: no podía tocar el tambor hasta tocar la tierra, si no hacía caso a su orden, cortaría la soga que le permitiría al mono bajar.

La promesa duró poco, porque la tentación fue mucha. El mono tocó el tambor y el sonido, retumbando, llegó a los oídos de una luna enojada que finalmente cortó la cuerda. El pequeño cayó a toda velocidad, atravesando nubes y arcoiris. Le dolió mucho. Por suerte una muchacha de una tribu cercana lo encontró junto al tambor tirado y lo cuidó hasta que sus heridas sanaran.

Cuenta la leyenda que ese fue el primer tambor que se conoció en África. A los pueblos originarios les encantó tanto que empezaron a fabricar tambores parecidos. Hoy se escuchan tambores a lo largo y ancho del continente, tañidos que la Luna escucha y, ahora, se siente complacida.

El mito del arroz

Cuenta una antigua leyenda hindú que hace cientos de años los granos de arroz eran de un tamaño mucho más grande. Como eran tan abundantes nadie pasaba hambre por aquellos entonces, ya que bastaba para saciar el estómago. Ni siquiera los campesinos trabajan, ya que el arroz era tan grande que se caía por su peso del tallo y rodaban hasta los graneros, hábilmente construidos cerca de las plantaciones.

Un año el grano fue desmesuradamente grande y fuerte. Todos cavilaron que sus graneros habían quedado pequeños y que era una auténtica pena echarlo a perder si no tenían un lugar apto para conservarlo. Sin dudarlo, la idea fue agrandar los graneros, pero en medio de la construcción los granos maduraron; comenzaron a rodar hasta las puertas de los almacenes aún en plena reforma.

En uno de los graneros a medio hacer, una anciana furiosa sentada en la puerta refunfuñó y pisoteó, furibunda, un grano.

«Maldición; todavía no están hechos los graneros, ¿no podías esperar un poco más en la planta?», dijo la mujer entrada en años.

Ante el golpe, el grano de arroz se rompió y se esparció en miles de trozos. Momentos después se escuchó una voz suave que provenía de los mismos granos triturados.

«¡Señora, usted es una desagradecida! A partir de ahora no vendremos más a sus hogares. Si nos necesitan tendrán que ir al campo», anunció profeticamente un grano de arroz.

Desde ese día los granos de arroz se han vuelto pequeños y los campesinos tienen que levantarse temprano para ir a buscarlos en los humedales.

El conejo en la luna

Hace mucho tiempo, un día, el dios Quetzalcóatl decidió viajar por el mundo. Su aspecto era de una serpiente con plumas de color verde y dorado, así que para no ser reconocido, se transfiguró en forma humana y se echó a andar. Subió montañas, atravesó bosques y, de tando andar, finalmente se cansó. Por eso decidió, agotado, descansar sobre una roca en un claro de un bosque. Era una hermosa noche, las estrellas titilaban y junto a ellas había, desde lo alto, vigilante, una anaranjada luna. El dios pensó que era la imagen más bella que había vislumbrado.

Al cabo de un rato se dio cuenta que, junto a él, había un conejo que lo miraba fijamente, sin dejar de masticar algo.

«¿Qué comes, lindo conejito?»

«Solo un poco de hierba fresca. Si quieres puedo compartirla contigo».

«Te lo agradezco mucho, pero los humanos no comemos hierba», anuncio el dios.

«Pero entonces, ¿qué comerías? Se te ve cansado y seguro tienes apetito», replicó con humildad y solícito el conejo.

«Tienes razón. Imagino que si no encuentro nada para llevarme a la boca moriré de hambre».

El conejo se sintió fatal y en un acto de solidaridad máxima se ofreció al dios.

«Soy solo un pequeño conejo, pero si quieres puedes comerme a mí y así sobrevivir».

El dios se conmovió por la ternura del animalito. Estaba ofreciendo su propia vida para salvarlo a él.

«Me emocionan tus palabras. A partir de ahora serás por siempre recordado por ser tan bueno», profirió el dios mientras acariciaba a su amigo.

Lo tomó al conejo tan alto que hizo estampar su figura en la luna. Después, con cuidado, lo bajo al suelo y el conejo puedo observar su imagen brillante en el astro distante.

«Pasarán los siglos y cambiarán los hombres, pero allí siempre estará tu recuerdo».

Su promesa se cumplió. Todavía hoy, si la noche está despejada y miras la luna con atención podrás ver la silueta de aquel bondadoso conejo que quiso salvar a Quetzalcóatl.

Fábulas cortas infantiles

El adivino

Instalado en la plaza pública, un adivino se abocaba a su oficio. De repente se acerca un vecino y le anuncia que las puertas de su casa estaban abiertas  y que le habían robado todo. El adivino ante lo dicho, se levantó con rapidez y corrió hacia el sitio del suceso. Una persona que estaba por ahí le dice: «Oye, tú que te vanaglorias de prever lo que le pasa a los otros, ¿ por qué no previste lo que te ocurriría a ti?». El adivino no supo qué responder.

La moraleja: No hay que fiarse de aquellos que pretender ver el futuro; solo se quieren aprovechar de nuestra candidez y estafarnos.

La bruja

Había una bruja que se ganaba la vida vendiendo encantamientos para detener la cólera de los dioses. Por eso no le faltaban clientes y obtenía grandes cantidades de dinero. Pero un día fue acusada de violar las leyes y la llevaron al tribunal supremo. Tras un juicio corto, la culparon y la condenaros a muerte. Entristecida salió del sitio y un hombre la increpó de repente: «tú que decías que podías desviar la colera de los hombres, ¿cómo no pudiste persuadir a los hombres?».

La moraleja: Hay que ser precavido con las personas que arreglan problemas ajenos a costa de dinero, pero que no pueden hacer lo mismo con sus entuertos.

El niño y los dulces

Un niño metió la mano en un recipiente lleno de dulces. Al tratar de alcanzar lo máximo que podía no pudo sacar la mano, ya que había quedado atascada en el cuello del recipiente. Como tampoco quería perder los dulces lloraba amargamente. Un amigo que estaba cerca le anunció:» confórmate solo con la mitad y podrás sacar la mano».

La moraleja: no trates de abarcar más de lo debido.

El lobo con piel de oveja

Pensó un día el lobo cambiar su apariencia para así podes obtener presas más fácilmente. Se metió en una piel de oveja y se fue a pastar al rebaño, siendo totalmente invisible para el pastor. Al atardecer, para la protección del rebaño, fue encerrado el lobo disfrazado y sus amigas ovejas. Pero a la noche, buscando el pastor su provisión de carne para el día siguiente, tomó al lobo camuflado y lo sacrificó al instante.

La moraleja: según hagamos el engaño, tanto así recibiremos un daño.

La cigarra y la hormiga

La cigarra disfrutaba de su verano: el sol brillaba, las flores desprendían su aroma y ella cantaba sin cesar. Sin embargo, al lado de ella había una hormiga que trabajaba el dia entero recogiendo alimentos.

«Amiga mía, ¿no te cansas de tanto trabajar? Descansa un rato mientras canto algo para ti», profirió la cigarra.

«Mejor harías en recoger provisiones para el invierno y dejar tanta holgazanería», le respondió la hormiga, alterada, mientras trasportaba el grano.

La cigarra se reía y seguía cantanto sin hacer caso a la hormiga. Sin embargo, un día al despertarse sintió en lo profundo el frío intenso del invierno. Los árboles no tenían hojas, del cielo caían copos de nieve y la cigarra vagaba en el campo, sola, gélida y hambrienta. Vio a lo lejos, al rato, a su amiga hormiga y no dudo en pedirle ayuda.

«Amiga hormiga, tengo frío y hambre, ¿no me darías algo de comer? Tú tienes mucha comida y una casa caliente, mientras que yo no poseo nada».

La hormiga entreabrió la puerta de su casa y le dijo a la cigarra.

«Dime, amiga cigarra, ¿qué hacías tú mientras yo madrugaba para trabajar? ¿Qué hacías mientras yo cargaba con granos de trigo por allá y por acá?».

«Cantaba y cantaba bajo el sol», contestó la cigarra.

«¿Eso hacías? Bueno si cantabas durante el verano, ahora baila durante el invierno», replicó la hormiga.

Le cerró la puerta, dejando afuera a la cigarra que aprendió la lección.

La moraleja: quien quiera pasar el invierno bien, mientras es joven debe aprovechar su tiempo.

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